La abeja es una valiosa colaboradora del agricultor por la insustituible labor que realiza en el ámbito de la fecundación de las flores.
El interés por los productos de la colmena – miel, jalea real, polen – relanzados con la aprobación de la ciencia tanto en la medicina como en la dietética, deberían ser un motivo suficiente para motivar a aquellas personas que viven en el campo para albergar al menos una colmena.
Muchísimas especies vegetales muestran una serie formas y colores con la finalidad de atraer a determinados insectos; dichos insectos provistos de un aparto bucal adaptado a la succión y lamedor actúan inconscientemente como vehículos de transporte para el polen que, adhiriéndose a su cuerpo, es trasladado de flor en flor.
Entre todos los insectos, la abeja es la que realiza la mayor cantidad de trabajo: es capaz de visitar 10 flores por minuto y volar incansablemente desde el amanecer hasta el ocaso. Datos observados en campos frutales, muestran que aquellas parcelas que mantuvieron alejadas a las abejas mediante redes protectoras, obtuvieron un 8% de flores fecundadas, respecto el 70% que se obtuvo en parcelas libres.
Por desgracia el uso indiscriminado de insecticidas y herbicidas en los campos de frutales industriales ha producido una hecatombe entre estos valiosísimos insectos. Aunque no causan efectos morales, los insecticidas causan graves daños a la colmena, ya que altera las facultades sensoriales y el equilibrio nerviosos de las obreras. Las abejas con esa especie de danza con la cual, comunican a sus compañeras la ubicación, distancia y riqueza del alimento. La alteración que producen estos productos hace que el lenguaje sea falsificado y dirige a las demás hacia un lugar equivocado.
Así que si contamos con un rincón resguardado en nuestro jardín, situado entre el este y el sur, protegido del viento, alejado de grandes masas de agua y del tráfico…¿por qué no probamos a instalar en él una colmena?